Samaná
Los obstáculos de la rivalidad caribeña
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25 agosto, 2017 Por Windler Soto

El Caribe, ombligo de las Américas, es una región insular compuesta por decenas de países y territorios que exhiben costas exuberantes y disfrutan de clima cálido todo el año, ingredientes idóneos para que el turismo sea una fuente importante de ingresos casi que por naturaleza.
Pero igual de similares y próximas, las islas del Caribe se encuentran alejadas por muros culturales que prácticamente hacen que convivan alejadas las unas de las otras.
Una de esas grandes vallas más elevadas es la idiomática, la que dificulta la comunicación fluida entre países cercanos que no parecen entenderse muy bien cuando de integración se trata.
Para muestra un botón. Los habitantes del Caribe hispano (República Dominicana, Cuba y Puerto Rico) parecen tener lazos más estrechos entre sí que con el resto de las islas. Las evidencias en términos de intercambio comercial y migratorio no mienten. A la vez, nos sentimos prácticamente excluidos de una Comunidad del Caribe que se acerca solo para abogar a favor de las islas de habla francesa, holandesa o inglesa.
Esas barreras, construidas a través de varios siglos de historia paralela, son difíciles de derribar a la hora de procurar una genuina integración para generar bienestar económico y desarrollo mediante el aprovechamiento de las ventajas comunes.
Es tarea difícil, pero no imposible. El mejor ejemplo es Europa, continente del que heredamos nuestros idiomas, el cual ha podido ignorar por un momento los puntos discrepantes y se ha centrado en las fortalezas comunes para construir el bloque de países más próspero del mundo.
El ejemplo europeo debe servir de inspiración para que las islas y territorios caribeños hagan esfuerzos consistentes y creíbles para integrarse y sacar provecho a sus recursos. ¿Y por qué no hacerlo de la mano del turismo?
Esa cercanía y diversidad podría jugar a nuestro favor a la hora de atraer turistas dispuestos a tener una experiencia con múltiples ofertas y atractivos que disfrutar. Los chinos, por ejemplo, tendrían mayores razones para cruzar de este lado del mundo y vivir una experiencia lo más completa posible.
Para ello se requiere trabajar en que cada isla empiece a mirar a su vecino como igual y estar dispuesta a abrir un poco las puertas para que la movilidad sin trabas sea una realidad, tal como ocurre en Europa.
El trayecto para llegar ahí es lago y no precisamente por la distancia. El primer paso es abrir los ojos y darnos cuentas que tenemos una multitud de vecinos a nuestro alrededor y empezarnos a tratarnos como socios dignos de un acercamiento que puede beneficiar a los habitantes de esta región. Es hora de que el Caribe mire un poco más hacia el Caribe.
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