Pero hay algo mucho más especial: Samaná. Hablamos de arena dorada, más playas vírgenes y prístinas que en el resto de la región, cocoteros con agua tan fresca que no necesitas dejarte engañar por lo que se vende en botellas de plástico, gastronomía con ingredientes naturales y lo mejor de un país donde la gente disfruta la vida y comparten lo que tienen. En el momento en que más lo necesitamos, vale la pena saber que seguimos amando la vida y apostando al futuro mientras tomamos una cerveza artesanal, nos refrescamos con el dulzor de un ‘morir soñando’ hecho con naranjas orgánicas, soltamos las amarras con unos tragos de ‘Mamajuana’ o vamos un restaurante de barrio para probar el auténtico ‘mofongo’.
Samaná va más allá de lo obvio. Por ejemplo, si llegas entre enero y marzo, cuando las ballenas se acercan a la zona a aparearse, es muy posible que disfrutes del cortejo de estos animales majestuosos, uno de los más impresionantes espectáculos de la naturaleza.
También debes programarte una cabalgata a los saltos de agua, como El Salto del Limón; o llegar al Parque Nacional Los Haitises, con sus manglares, cuevas, formaciones kársticas y playas desiertas. Y como si no bastara, está el arcoíris de las casas coloniales de Santa Bárbara de Samaná, que mereces disfrutar, entre otras.